miércoles, 16 de febrero de 2011

Calor y santidad.

¿Por qué mi cabello tarda tanto en secarse?, me preguntaba. Como de costumbre, estaba apurada y no quería salir con el pelo mojado en medio del clima invernal. Entonces, me di cuenta de lo que pasaba: para poner la temperatura del aire del secador de cabello como le gustaba a mi sobrina, lo había cambiado de «caliente» a «templado».
A menudo, me gustaría ser capaz de controlar las circunstancias de la vida con tanta facilidad como puedo cambiar el programa de mi secador de cabello. Elegiría una posición confortable: ni muy caliente ni muy frío. Con toda seguridad, no escogería ni el calor de la adversidad ni el fuego de la aflicción. Pero, en la esfera espiritual, con la tibieza no se consigue nada. Somos llamados a ser santos, y la santidad suele requerir «calor». Ser santo significa ser apartado para Dios; separado de todo lo inmundo o impuro. Para refinarnos y purificarnos, el Señor a veces usa el horno de la aflicción. El profeta Isaías dijo: «… Cuando pases por el fuego, no te quemarás…» (Isaías 43:2). No dijo: Si pasas. Y el apóstol Pedro señaló que las pruebas no deberían sorprendernos (1 Pedro 4:12).
Ninguno de nosotros sabe cuándo será llamado a caminar por el fuego ni cuán caliente estará el horno. No obstante, esto sí sabemos: El propósito de Dios al usar las llamas es purificarnos, no destruirnos.

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