viernes, 28 de enero de 2011

Ciudad Terremoto.

En su libro Una grieta en el borde del mundo, Simon Winchester escribe sobre Parkfield, California, un pequeño pueblo con tendencia a los terremotos. Para atraer turistas, el cartel de un hotel dice: «Duerma aquí cuando ocurra». El menú de un restaurante ofrece un bistec de gran tamaño llamado «El grande» y un postre denominado «Réplicas». Pero dejando las bromas de lado, un terremoto de verdad puede ser una experiencia aterradora. Yo lo sé porque estuve en California durante algunos temblores.
En el libro de Hechos, leemos que Dios usó un terremoto para abrir el corazón de algunas personas al evangelio. Después de ser falsamente acusados, Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos. Cerca de la medianoche, un terremoto retumbó en la prisión, abrió las puertas de los calabozos y soltó las cadenas de los presos. Cuando el carcelero supo que Pablo y Silas no habían tratado de escapar, preguntó: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» (16:30). Ellos dijeron: «Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (v. 31). Esa noche, el carcelero y su familia creyeron y fueron bautizados. Y todo empezó con un terremoto.
A veces, las dificultades de la vida hacen que las personas sean más receptivas al evangelio. ¿Conoces a alguien que esté atravesando una crisis? Comienza a orar, mantente en contacto con esa persona y estate listo para expresarle tu compasión y testificarle de Cristo.

jueves, 27 de enero de 2011

Al revés.

Si me preguntaras quién soy, te diría que soy seguidor de Cristo. Sin embargo, debo admitir que, a veces, seguirlo es un verdadero desafío. Él me dice que haga cosas como regocijarme cuando me persiguen (Mateo 5:11-12), poner la otra mejilla (vv. 38-39), dar a la persona que quiere quitarme algo (vv. 40-42), amar a mis enemigos, bendecir a quienes me maldicen y hacer bien a los que me odian (vv. 43-44). Esta clase de vida me parece totalmente al revés.
Pero he llegado a la conclusión de que Él no es el que está al revés, sino yo. Todos nosotros nacimos caídos y destruidos. Al haber sido retorcidos por el pecado, nuestros primeros instintos suelen ser equivocados, lo que inevitablemente genera un gran caos.
Somos como una tostada untada con mermelada, que ha caído al revés en el piso de la cocina. Dejados a la ventura, podemos convertir todo en un tremendo lío. Pero, entonces, llega Jesús y, como si fuera una espátula divina, nos levanta del suelo de nuestro andar pecaminoso y nos da la vuelta. Y a medida que seguimos sus caminos desde el lado correcto, descubrimos que poner la otra mejilla impide que generemos una pelea, que es mejor dar que recibir y que morir al yo es la mejor manera de vivir.
Después de todo, Sus caminos no son nuestros caminos (Isaías 55:8), ¡y he llegado a darme cuenta de que Sus métodos son siempre lo mejor!

lunes, 24 de enero de 2011

Sigue siendo cierto.

La Biblioteca Chester Beatty, en Dublín, Irlanda, tiene una amplia colección de fragmentos antiguos de la Biblia, que datan del siglo ii. Una de las muestras es una porción de Hechos 17:16.
No obstante, el mensaje que exhibe este antiguo fragmento es tan actual como el de un periódico de hoy. Dice: «Mientras Pablo los esperaba en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría». El apóstol estaba enojado por la proliferación de ídolos en la antigua Atenas, y estoy convencido de que hoy se disgustaría con nosotros.
Algunos ídolos que vemos en la actualidad son distintos a los de la época de Pablo. Ya sea que se trate de riqueza, fama, poder, deportes, entretenimientos o política, estos ídolos contemporáneos abundan. Como siempre, nuestro enemigo espiritual, Satanás, busca seducirnos para que nos alejemos del Salvador y adoremos a dioses falsos. Los creyentes no son inmunes; por eso, debemos proteger nuestro corazón para no caer en la hipocresía de enojarnos con los incrédulos que parecen adorar cualquier cosa, menos a Dios.
Nosotros también debemos aferrarnos al amor del Señor para alcanzar a aquellos que no lo conocen. Luego, como los creyentes de Tesalónica, debemos volvernos «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (1 Tesalonicenses 1:9).

jueves, 20 de enero de 2011

Temor y amor.

Alguien me contó lo que observó sobre sus dos jefes. A uno de ellos, sus subordinados lo aman, pero no le temen. Como aman a su jefe, pero no respetan su autoridad, no siguen sus instrucciones. Al otro jefe, los que trabajan bajo sus órdenes lo aman y le temen, y esto se demuestra en el comportamiento de ellos.
El Señor desea que Su pueblo le tema y que también lo ame. El pasaje bíblico de hoy, Deuteronomio 10, dice que el obedecer Sus instrucciones implica ambas cosas. En el v. 12, se nos indica que debemos temer al Señor nuestro Dios y amarlo.
Temer a Dios el Señor es respetarlo al máximo. Para el creyente, no es una cuestión de sentirse intimidado por Él o por Su carácter, sino de andar en todos Sus caminos y de cumplir Sus mandamientos, porque respeta Su persona y Su autoridad. Por amor, lo servimos de todo corazón y con toda nuestra alma; no por simple obligación (v. 12).
El amor brota de una profunda gratitud por Su amor hacia nosotros; no porque nos guste o nos disguste. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19). Nuestro temor y amor a Dios nos capacita para andar voluntariamente en obediencia a Su ley.

martes, 18 de enero de 2011

Un libro abierto.

Como soy escritor, en ocasiones algún amigo me dice: «Algún día me gustaría escribir un libro».
«Es una meta elogiable —contesto yo— y espero que lo hagas. Pero es mejor ser un libro que escribirlo».
Estoy pensando en las palabras del apóstol Pablo: «siendo manifiesto que sois carta de Cristo […], escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón» (2 Corintios 3:3).
En su libro La práctica de la piedad, Lewis Bayly, capellán del rey Jaime I de Inglaterra, dijo que «el que espera producir algo bueno con sus escritos» descubrirá que «instruirá a muy pocos […]. Por lo tanto, el medio más poderoso para promover lo bueno es el ejemplo […]. Un hombre entre mil puede escribir un libro para instruir a sus prójimos […], pero todos pueden ser modelos de excelencia viviente para quienes los rodean».
La obra que Cristo está haciendo en los creyentes puede ejercer una influencia mucho mayor que cualquier libro que puedan escribir. Por medio de la Palabra de Dios, escrita «en [sus] corazones» (Jeremías 31:33), el Señor muestra Su amor y bondad para que todos vean.
Como creyente, quizá nunca escribas un libro, ¡pero al vivir para Dios, serás uno! Un libro abierto, una «carta de Cristo» para que todos lean.

                    Si alguien leyera tu vida como un libro, ¿encontraría a Jesús en sus páginas?


domingo, 16 de enero de 2011

Conducir sin luz.

Siempre he pensado que podría superar casi cualquier situación si el Señor me anticipara el resultado. No dudo de que «todas las cosas […] ayudan a bien» (Romanos 8:28), pero me iría mucho mejor durante los tiempos difíciles si supiera exactamente qué aspecto tiene el «bien».
Sin embargo, por lo general, Dios no nos muestra adónde nos está llevando, sino que solo nos pide que confiemos en Él. Es como conducir un automóvil durante la noche. Las luces nunca alumbran el trayecto completo hasta nuestro destino, sino que iluminan solo unos 50 metros al frente. Pero esto no nos desamina a continuar avanzando, ya que confiamos en ellas. Lo único que en realidad necesitamos es suficiente luz para seguir adelante.
La Palabra de Dios es como las luces delanteras en momentos oscuros. Está llena de promesas necesarias para que nuestra vida no caiga en la zanja de la amargura y la desesperación. Su Palabra promete que Él nunca nos dejará ni nos desamparará (Hebreos 13:5). Nos asegura que sabe lo que tiene pensado para nuestra vida: planes de paz y no de mal, para darnos el fin que esperamos (Jeremías 29:11). Y también nos dice que el objetivo de las pruebas es convertirnos en personas mejores, no amargadas (Santiago 1:2-4).
Así que, la próxima vez que te parezca que estás conduciendo en la oscuridad, recuerda que debes confiar en tu luz delantera: la Palabra de Dios te iluminará el camino.

Potencial de un niño.(16 de Enero)

Louis Armstrong era famoso por su cara sonriente, su voz rasposa, su pañuelo blanco y su virtuosismo con la trompeta. No obstante, su niñez se caracterizó por el sufrimiento y las necesidades. Su padre lo abandonó cuando era bebé y, con solo doce años, lo mandaron a un reformatorio. Lo sorprendente fue que esto se convirtió en un punto decisivo y beneficioso para su vida.
El profesor Peter Davis visitaba periódicamente la escuela y les enseñaba música a los muchachos. Al poco tiempo, Louis se destacó como trompetista y se convirtió en el líder de la banda musical. La trayectoria de su vida pareció haber sido reajustada para que llegara a ser un famoso trompetista y artista.
La historia de Louis puede ser un ejemplo para los padres creyentes. El proverbio que dice «instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6) puede aplicarse no solo al aspecto moral y espiritual de la vida de nuestros hijos. También deberíamos darnos cuenta de que los talentos de un niño a menudo determinarán las áreas que les resultarán más interesantes. En el caso de Louis, una pequeña capacitación musical dio como resultado un trompetista virtuoso.
A medida que les enseñamos con amor la Palabra de Dios a nuestros hijos, deberíamos fomentar sus capacidades y preferencias para que lleguen a convertirse en aquello que el Señor planeó para sus vidas.

Libre en Alcatraz (15 de Enero)

Visitar la cárcel federal en la isla Alcatraz, en la bahía de San Francisco, me dejó imágenes imborrables. Mientras el barco atracaba en el muelle, pude ver por qué a esta prisión de máxima seguridad, actualmente cerrada, en una época se la conoció como «La roca».
Más tarde, ya dentro de la legendaria Casa Grande, observé los rayos de luz que entraban por las ventanas fuertemente enrejadas. Después recorrí una serie de celdas con forma de jaula que albergaron a prisioneros famosos como Al Capone y Robert Stroud, «el pajarero de Alcatraz».
Pero hubo otra imagen que me impresionó mucho más. Al entrar en una celda vacía, vi tallado en la pared el nombre «Jesús». En otro calabozo, había una Biblia en un estante. Estas dos cosas hablaban silenciosamente de la mayor de todas las libertades.
Pablo experimentó esa libertad mientras esperaba ser ejecutado. Al considerarse «prisionero de Cristo», usó ese encarcelamiento para ayudar a otros presos a descubrir qué significa ser miembro de la familia de Dios, perdonado para la eternidad y profundamente amado (Filemón 1:10).
Las puertas y ventanas enrejadas representan un tipo de confinamiento. La parálisis física, la pobreza ineludible y el desempleo prolongado son otros. Quizá estés atravesando algo similar. Nadie desea estas cosas; sin embargo, ¿quién se atrevería a cambiar el «encarcelamiento» con Cristo por una vida «afuera» sin Él?

viernes, 14 de enero de 2011

¿Llamarlo bueno?

¿Podemos nosotros saber determinar de verdad si las circunstancias de la vida son buenas o malas?
Por ejemplo, tu automóvil se rompe justo antes de sacar a pasear a tu familia. Pero cuando lo llevas al taller, el mecánico te dice: «Menos mal que no saliste a la ruta con este coche. Podría haberse incendiado». ¿Esa situación es mala debido al inconveniente o es buena porque Dios los protegió?
O quizá tu hija decide dedicarse a algo que a ti no te interesa mucho. Querías que jugara al baloncesto o que compitiera en atletismo en la escuela secundaria, pero ella deseaba cantar y tocar el oboe. Te frustras, pero la muchacha sobresale en lo que hace y termina consiguiendo una beca para estudiar música. ¿Eso es malo porque no se cumplieron tus sueños o es bueno porque Dios la guió por senderos que tú no podrías haber anticipado?
A veces, es difícil ver cómo está obrando Dios. Sus misterios no siempre nos revelan Sus secretos, y nuestro viaje suele ser redirigido por desvíos incontrolables. Tal vez Dios nos esté mostrando una ruta mejor.
Para asegurarnos de que las circunstancias aparentemente malas nos benefician, debemos reconocer el «gran amor» (Salmo 13:5 NVI) de Dios y confiar en él. Al final, podremos decir: «Canto salmos al SEÑOR. ¡El SEÑOR ha sido bueno conmigo!» (v. 6 NVI).

jueves, 13 de enero de 2011

Fe por contrato.

A veces, las personas que sirven a Dios viven con una implícita «fe por contrato». Como dan tiempo y energía a la obra del Señor, piensan que merecen ser retribuidos con un trato especial.
Pero este no es el caso de mi amigo Douglas. En muchos aspectos, ha tenido una vida parecida a la de Job, ya que experimentó el fracaso en su ministerio, la muerte de su esposa tras un cáncer, y heridas, tanto él mismo como su hijo, al ser atropellados por un conductor borracho. Aun así, Douglas aconseja: «No confundas a Dios con la vida».
Cuando aparecen los problemas y surgen las dudas, suelo leer Romanos 8: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?» (v. 35). En esa única frase, Pablo resumió la biografía de su vida y de su ministerio. Soportó pruebas a causa del evangelio; sin embargo, tenía la clase de fe que creía que Dios podía utilizar esas «cosas» —sin duda, inherentemente desagradables— para bien. Había aprendido a ver más allá de las dificultades para contemplar a un Dios amoroso que un día prevalecerá sobre todo eso. Escribió: «… estoy seguro de que [nada] nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (vv. 38-39).
Esta clase de confianza puede ser de muchísima ayuda para vencer el desánimo al ver que la vida no ha sido como nosotros esperábamos.

Detras de Bambinas. (12 de Enero)

Hace poco asistí a una reunión en homenaje a una artista musical talentosa, que en vida había tocado el alma de muchas personas. El tributo a esta mujer creyente incluía videos y grabaciones, fotos, instrumentistas y oradores. Cuando todos se fueron de la iglesia, me detuve para agradecerles a los técnicos cuya labor impecable en el panel de control había contribuido tan eficazmente para llevar a cabo este conmovedor homenaje. «Nadie notó lo que hicieron», les dije. «Eso es lo que queremos», respondieron.
En Mateo 6, Jesús les dijo a Sus discípulos que dieran (vv. 1-4), oraran (vv. 5-6) y ayunaran (vv. 16-18) para agradar a Dios, no para que la gente los elogiara. «Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto» (v. 6). Ya sea que uno dé, ore o ayude, Jesús dijo: «… tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (vv. 4, 6, 18).
Algo en nuestro interior nos hace desear que nos vean y nos reconozcan por nuestras buenas acciones. Aunque el estímulo y la gratitud no tienen nada de malo, el deseo de ser elogiados puede minar nuestro servicio porque quita el objetivo de beneficiar a los demás y se centra en uno mismo. Cuando no hay un «gracias» en público, podemos sentirnos desairados. No obstante, aun cuando servimos a Dios en secreto, Él lo ve todo.

martes, 11 de enero de 2011

¿Por qué no ahora?

Tengo un amigo querido que sirvió como misionero en Surinam durante muchos años, pero, en los últimos tiempos de su estancia allí, contrajo una enfermedad que lo dejó con una parálisis. A veces, se preguntaba por qué Dios permitía que siguiera viviendo. Anhelaba partir para estar con el Señor.
Quizá la vida sea muy difícil para ti o para un ser querido, y te preguntas por qué Dios ha permitido que tú o esa otra persona sigan con vida. Cuando Jesús dijo que se iba al cielo, Pedro preguntó: «Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora?» (Juan 13:37). Como en su caso, tal vez tú te preguntes por qué se ha pospuesto la entrada al cielo: «¿Por qué no ya?».
Dios tiene un propósito sabio y amoroso al dejarnos aquí. Tiene una obra que hacer en nosotros que solo puede llevarse a cabo aquí en la tierra. Nuestras aflicciones, que son solo momentáneas, están produciendo en nosotros «un cada vez más excelente y eterno peso de gloria» (2 Corintios 4:17). Y hay una labor que realizar para los demás, aunque solo sea amarlos y orar por ellos. Quizá nuestra presencia también tenga el propósito de darles a otros la oportunidad de aprender a amar y a tener compasión.
Así que, aunque desees liberarte a ti mismo o a un ser amado, vivir en la carne puede ser provechoso (Filipenses 1:21). Además, hay consuelo en la espera: Aunque el cielo se retrase, Dios tiene Sus razones. ¡No hay ninguna duda!


lunes, 10 de enero de 2011

Llamado.

Una de las personas más inteligentes que conozco es un amigo de la escuela que aceptó a Cristo como Salvador mientras estudiaba en una universidad estatal. Se graduó con honores y fue a estudiar a un famoso seminario. Trabajó como pastor en una pequeña iglesia durante varios años y después respondió al llamado de servir en otra iglesia, lejos de la familia y los amigos. Después de doce años en ese lugar, sintió que la congregación necesitaba renovar el liderazgo y, entonces, se fue. No le habían ofrecido trabajo en otra iglesia más grande ni un cargo para enseñar en ninguna escuela ni seminario. En realidad, ni siquiera tenía otro trabajo. Simplemente, sabía que Dios lo estaba guiando en otra dirección, así que, obedeció.
Cuando charlamos sobre el tema, mi amigo me dijo: «Muchas personas hablan de ser llamado para ir a alguna cosa, pero no oigo mucho sobre ser llamado para salir de algo».
En muchos aspectos, su obediencia se parecía a la de Abraham, el patriarca israelita, el cual salió sin saber adónde lo guiaba Dios (Hebreos 11:8-10). Problemas tales como el hambre (Génesis 12:10), el miedo (vv. 11-20) y los conflictos familiares (13:8) daban razones para dudar, pero Abraham perseveró y, a causa de su fe, Dios lo consideró justo (Gálatas 3:6).
Quizá no sea fácil llevar una vida de obediencia, pero sí será bendecida (Lucas 11:28).