martes, 21 de junio de 2011

Bendiciones inesperadas.

Noemí y Rut se unieron en circunstancias bastante desagradables. Para huir de una hambruna en Israel, la familia de Noemí se mudó a Moab. Estando allí, sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas: Orfa y Rut. Después, su esposo y sus hijos murieron. En aquella cultura, las mujeres dependían de los hombres, lo que dejó a las tres viudas en circunstancias dificilísimas.
Noemí supo que la hambruna en Israel había terminado; entonces, decidió hacer el largo recorrido de regreso a su tierra. Orfa y Rut partieron con ella, pero las instó para que se volvieran a su casa, diciendo: «… la mano de Jehová ha salido contra mí» (1:13).
Orfa volvió, pero Rut siguió con ella y afirmó su confianza en el Dios de Noemí, aunque la fe de esta era débil (1:15-18).
La historia empezó con situaciones terriblemente desagradables: hambre, muerte y desesperación (1:1-5), pero todo cambió de dirección debido a bondades inmerecidas: De Rut a Noemí (1:16-17; 2:11-12) y de Booz a Rut (2:13-14). Afectó a personas insólitas: dos viudas (una anciana judía y una joven gentil) y Booz, el hijo de una prostituta (Josué 2:1; Mateo 1:5). Dependió de una intervención inexplicable: «aconteció» que Rut espigaba en el campo de Booz (2:3). Y terminó en una bendición inimaginable: un bebé que estaría en la genealogía del Mesías (4:16-17).
Dios hace milagros de cosas aparentemente insignificantes: fe débil, pequeñas bondades y personas comunes.

jueves, 9 de junio de 2011

Tarjeta profesional.

En algunas culturas, el título debajo del nombre en tu tarjeta profesional es muy importante. Identifica tu rango. La forma de tratarte depende de lo que seas en comparación con los que te rodean.
Si Pablo hubiese tenido una tarjeta profesional, lo habría identificado como «apóstol» (1 Timoteo 1:1), que significa «enviado». Él no usaba ese título motivado por el orgullo, sino por el asombro. No se ganó esa posición; fue «por mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo». En otras palabras, no era una designación humana, sino divina.
Anteriormente, Pablo había sido «blasfemo, perseguidor e injuriador» (v. 13). Dijo considerarse el «primero» de los pecadores (v. 15). No obstante, por la misericordia de Dios, había llegado a ser apóstol, alguien a quien «el Rey de los siglos» (v. 17) le había encomendado el glorioso evangelio y lo había enviado a predicar las buenas nuevas.
Lo más asombroso es que, como en el caso del apóstol Pablo, todos nosotros somos enviados al mundo por el Rey de reyes (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8). Reconozcamos con humildad que tampoco merecemos semejante comisión. Para nosotros, es un privilegio representar al Señor y Su verdad eterna en palabras y en acciones cada día y ante todos los que nos rodean.

lunes, 6 de junio de 2011

Dios es Dios.


Cuando una autoridad romana le pidió a Policarpo (69–155 d.C.), obispo de la iglesia de Esmirna, que maldijera a Cristo si quería que lo liberaran, él dijo: «Lo he servido 86 años y Él nunca me falló. ¿Cómo puedo yo blasfemar a mi Rey que me salvó?». El oficial romano lo amenazó: «Si no cambias tu manera de pensar, te haré consumir por el fuego». Policarpo permaneció impertérrito. Como no maldijo a Cristo, lo quemaron en la hoguera.
Siglos antes, cuando tres jóvenes llamados Sadrac, Mesac y Abed-nego enfrentaron una amenaza similar, respondieron: «… rey Nabucodonosor […]: nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses» (Daniel 3:16-18). Una experiencia similar, pero con dos resultados distintos. Policarpo fue quemado vivo, pero Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron del horno sin ninguna marca.
Dos resultados diferentes, pero el mismo despliegue de fe. Estos hombres nos mostraron que la fe en Dios no es simplemente confiar en lo que Él puede hacer, sino en que Dios es Dios, ya sea que nos libere o no. Él tiene la última palabra, y está en nosotros decidir seguirlo en cualquier circunstancia.

jueves, 2 de junio de 2011

¡El Hijo amanece!

Según una leyenda, el nombre del estado donde nací, «Idaho», viene de una palabra de los indios shoshone: «i-da-jou»; que traducida significa algo parecido a: «¡Miren! El sol se levanta sobre la montaña». Suelo pensar en esto cuando el gran astro aparece sobre las cumbres en el oriente y derrama su luz y su vida sobre el valle donde vivimos.
También pienso en la promesa de Malaquías: «… nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación» (Malaquías 4:2). Esta es la irrevocable promesa de Dios de que nuestro Señor Jesús volverá y de que toda la creación «será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Romanos 8:21).
Cada nuevo amanecer es un recordatorio de la mañana eterna cuando el «Sol brillante del cielo» saldrá trayendo salvación en Sus alas. Entonces, todo lo que ha sido hecho se volverá a realizar de manera irrevocablemente perfecta. No habrá espaldas ni cinturas doloridas, dificultades financieras, pérdidas ni vejez. Una versión de la Biblia dice que, cuando Jesús vuelva, saldremos «saltando como becerros recién alimentados» (Malaquías 4:2 NVI). Este es mi mayor anhelo y esperanza.
Jesús dijo: «Ciertamente vengo en breve» (Apocalipsis 22:20). ¡Sí, ven, Señor Jesús!