viernes, 11 de noviembre de 2011

Verdadera Seguridad.


Durante la Guerra Fría, un período de malestar entre las dos potencias mundiales más grandes en la segunda mitad del siglo xx, los estadounidenses vivían bajo la amenaza de una guerra nuclear. Recuerdo que, durante la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, parecía que Estados Unidos estaba al borde del aniquilamiento. Para un alumno de sexto grado, era una situación muy angustiante.
Uno de los recuerdos más vívidos de aquella época eran los ejercicios de seguridad en la escuela: Sonaba una alarma y debíamos escondernos debajo de los pupitres para protegernos de las bombas atómicas. Al mirar atrás, estoy seguro de que eso no nos habría ayudado para nada ante un holocausto nuclear. Incluso, nos habría dado una falsa sensación de seguridad.
Aunque hoy quizá no enfrentemos algo así, hay muchos peligros que nos atemorizan, y algunos son espirituales. Efesios 6:12 nos recuerda que nuestras luchas son «contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Sin duda, hay enemigos poderosos, pero Dios nos ha dado Su amor protector (Romanos 8:35, 38-39) y los recursos espirituales de Su armadura (Efesios 6:13-17).
¿El resultado? Aunque enfrentemos una fuerte oposición, «somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:37). En nuestro Padre celestial, tenemos seguridad verdadera.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Es todo por Él.


Cuando Silvia se comprometió para casarse, su amiga Ana, que era soltera, lo festejó con ella. Organizó una fiesta para su amiga, la ayudó a elegir el vestido de novia, la escoltó por el pasillo de la iglesia el día de la boda y estuvo a su lado durante la ceremonia. Cuando Silvia y su esposo tuvieron hijos, Ana celebró el nacimiento de los niños y se regocijó con las bendiciones de su amiga.
Tiempo después, Silvia le dijo a Ana: «Me has consolado en situaciones difíciles, pero lo que especialmente me demuestra que me quieres es que te alegras conmigo durante los buenos momentos. No dejaste que ninguna clase de celos te impidiera celebrar junto a mí».
Cuando los discípulos de Juan se enteraron de que un nuevo rabino llamado Jesús estaba rodeándose de seguidores, pensaron que su maestro se pondría celoso (Juan 3:26). Entonces, se le acercaron y le dijeron: «¡Está bautizando y todos acuden a Él!». Pero Juan celebró que Jesús llevara a cabo Su ministerio. Declaró: «… soy enviado delante de él. […] el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido» (vv. 28-29).
Nosotros también deberíamos caracterizarnos por tener una actitud humilde. En vez de querer que nos presten atención a nosotros, todo lo que hacemos debería atribuir la gloria a nuestro Salvador. «Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (v. 30).